martes, 3 de julio de 2007

Felicidades

Hoy es el cumple de un amigo, quería hacerle un regalo, ya lo tenía visto y todo, y sabía que le iba a encantar, porque fue él quien me nombró que le gustaría tener ésto.

Aquí el amigo es demasiado cabezota e insistió en que no quería nada, bueno...pues yo también soy muy cabezota.

He cumplido a medias lo que le prometí, no le he comprado nada, sólo he tenido que investigar un poco por internet, pero le envío lo que le quería regalar.

He aquí una muestra, un fragmento de "La melancólica muerte del chico ostra" de Tim Burton.

Se le declaró en la costa,
y en la playa fue la boda.

Su larga luna de miel
en la isla de Capri fue.

Para la cena el mesero
les puso un solo platillo:
un gran caldo de mariscos.
La novia pidió un deseo.

Y el deseo se realizó.
Dio al fin a luz un bebé.
Pero éste ¿era humano o no?
Bueno, quizá. Tal vez.

Diez dedos en pies y manos,
y demás órganos sanos.
Podía sentir y escuchar.
Pero ¿normal? No, ni hablar.

Este engendro antinatura,
este cáncer indecente,
era la imagen viviente
de toda su desventura.

Ella se quejó al doctor:
"No es hilo de mi madeja,
¿De dónde sacó ese hedor
a salmuera, pez y almeja?"

"Y ha sido usted afortunada.
Yo, la semana pasada,
traté una niña con pico
y tres orejas. ¿Me explico?
Si es mitad ostra su niño,
búsquese otro a quien culpar.
-Y añadió con cierto guiño-:
¿Se ha puesto a considerar
una casita en el mar?"

No sabían cómo llamarlo.
A veces le decían Carlo
y a veces -con voz perpleja-
"ese que parece almeja".

Encogido el corazón,
ninguno en verdad sabía
si el chico ostra algún día
rompería el caparazón.

Los cuatrillizos Montalvo
cierta vez se lo toparon.
Le espetaron un "¡Bivalvo!"
y enseguida se escaparon.

Una tarde en que llovía,
Carlo se sentó en la calle.
Y miró arremolinarse
el agua en la alcantarilla.

Aparcada en la cuneta,
conmovida y afligida,
su madre daba salida
a su congoja secreta.

Ya se habían acostado
una noche, y ella dijo:
"Cariño, huele a pescado
y yo creo que es nuestro hijo.
Y aunque dicen que una dama
debe callarse estas cosas,
me parece que le endosas
tus problemas en la cama."

Él probó cuanta loción
pudo hallar en el mercado.
Tenía el cuerpo colorado
y comezón, comezón.
Y de rascar y rascar
la piel le empezó a sangrar.

El doctor, tras una pausa,
dijo: "El remedio a su mal
podría ser su misma causa.
Las ostras, como sabéis,
dan gran potencia sexual.
Supongo que si os coméis
a vuestro niño podréis
saciar el ansia carnal."

Se acercó muy de puntitas,
muy a oscuras y en celada,
porque no notara nada
quien le daba tantas cuitas.
Y en voz muy baja le dijo:
"Carlo queridísimo, hijo:
no quisiera interferir
ni causarte desconsuelo.
Pero ¿has pensado en el cielo,
o te has querido morir?"

Carlo parpadeó al oírlo
pero no le dijo nada.
Su papi apretó el cuchillo
y se aflojó la corbata.

Cuando lo levantó en vilo,
Carlo le mojó el abrigo.
Y en su boca ya la valva,
se escurrió por su garganta.

En la costa lo enterraron,
en la arena, junto al mar.
Una oración murmuraron
y se fueron a cenar.

Una cruz que daba pena
marcaba su sepultura
y unas letras en la arena
prometían vida futura.

Pero al subir la marea
una ola grande y fea
borró sin pena ni gloria
para siempre su memoria.

De regreso en el hogar,
él se empezó a acercar.

La besó y le dijo: "Bella,
hagamos otra faena."
"Pero esta vez -susurró ella-
pidamos que sea una nena."

Sí, en breve recibirás el libro completo, no lo he comprado, como te prometí.

¡¡FELICIDADES!!

2 comentarios:

Yo y mis otros yo dijo...

Que esta re lindo ....que hermoso detalle que hermoso presente el que ha recibido tu amigo
Saludos

Anónimo dijo...

Una pasada de libro. Las veces que lo he leido ya. Me gustaria ser niño para jugar con todos ellos, o encontrarme al niño ostra y llevármelo a mi casa para cuidarlo yo y que nadie le hiciera daño... Muchas gracias por el libro.